martes, 14 de diciembre de 2010

Pergamino 3: Sangre y Arena.

Las gradas aullaban como una jauría de lobos al Dios Thumtock mientras en el centro de la arena, dos muchachos saltaban y esquivaban las afiladas espadas de los oponentes, que sin descanso, cortaban el aire con ansias de sobrevivir un día más.
La arena estaba alumbrada por antorchas que recorrían el círculo, dejando a la noche en un segundo plano de figuras y sombras, que se movían y bailaban en las paredes de piedra y en el suelo, donde la sangre ya había formado costras en la tierra.

Yaitbe esquivaba casi invisible los ataques contrarios, apareciendo por detrás de sus atacantes como si saliera del suelo. A su lado, Soreh peleaba con espada contra un hombre de anciana edad, al que no quería matar, pero… el rey así lo ordenaba, o mataba a aquel viejo, o su vida estaría en el mismo lugar que la de todos los demás.

El rey Thánathor. Recordaba cómo había crecido bajo su regazo, como aquel hombre había gobernado Zélion manteniéndose siempre constante en sus decisiones y siendo fuerte y cauteloso. Era un rey justo, no el más querido pero tampoco el más odiado. Has que un día, apareció el Nuevo Dios.
En su cabeza, un Dios que llegaba de fuera de la esfera le decía constantemente que tenía que limpiar la tierra, que habían sido engañados para convivir con escorias mágicas y así aprovechar de los humanos sus recursos, sus vidas.

Y así comenzó la matanza. Una purga constante de vida, destruyendo familias, intentando acabar con razas y aprovechándose de lo que le hacía falta, que mas tarde, se convirtió en un juego, en un dogma que la gente odiaba pero que por acatar las órdenes de su rey estaban dispuesto a ver como sus vecinos o amigos eran diariamente asesinados por otros como ellos, presenciando incluso, como dos hermanos de las islas Moulk, se autolesionaban hincando sus respectivas espadas en sus estómagos en contra de pelear contra el otro hermano.
-¡Soreh!- un grito alertó al muchacho de sus pensamientos, mientras veía como el anciano, en un último intento cansado de levantar la espada, blandía la punta de acero hacia el cuello de él, arañando la superficie, donde un pequeño hilo de sangre comenzó a correr.
Como respuesta a la agresión, Soreh se agachó hacia detrás y sin mirar, atravesó al anciano con su espada, que dejo un gemido en el aire, dando las gracias por acabar con el, y pidiendo perdón por la herida del cuello.
Unas trompetas sonaron, y de nuevo, las gradas alzaron su vocifero.
Unas puertas se abrieron para dejar pasar a soldados del rey, muy temidos en la arena pero no si los habías visto formar durante años y habías crecido con ellos.
Era el momento de demostrar que sabían hacer, y descargar toda la furia y la muerte de los demás seres hermanos contra el ejército de Tánathor.


Los dos muchachos corrieron hacia los soldados, que ya formaban en posición cuadrangular. Eran seis, y Soreh avisó a Yaitbe para que cuando estuvieran a un metro de ellos, saltaran hacia un lateral, pues en la posición en la que formaban era típico lanzar las espadas a los atacantes de frente.
Visto desde las gradas, fue un espectáculo impresionante. Como si les leyera la mente, los dos condenados saltaron hacia un lado justo cuando los tres primeros soldados, tiraban las espadas para hincarla en carne, y quedando así, sin arma con la que defenderse.
Con una voltereta, Yaitbe salto hacia delante pegándole a uno de ellos en el cuello, que cayo hacia tras haciendo perder la formación a los soldados.
Soreh, aprovecho el desconcierto para coger dos de las espadas de los soldados, y a dos manos, se abalanzó contra ellos esquivando y empuñando golpes y tajadas.
Algunos gritos y sangre corriendo ponían más nervioso al muchacho, que quería que aquel combate acabase cuanto antes. Solo quedaban dos.
Uno de ellos, estaba detrás observando todos los movimientos, y en su cara se reflejaba miedo y furia. Yaitbe y Soreh se fueron para el soldado más cercano, que espada en mano, se disponía a esquivarlos, pero Yaitbe saltó y Soreh se agachó, dejando la espada del soldado sin punto donde fijar el ataque, y cuando caía, Yaitbe desgarró garganta, tendones y tráquea, atravesando al soldado desde la clavícula hasta el estomago, y Soreh, en un ataque circular, golpeó la espalda del soldado, que ya caía lentamente, y miraba hacia el cielo oscuro que le veía abandonar Zélion, quien sabe si para ir a los fríos dominios de Resdan, o al tranquilo jardín de Nadser.
El último soldado, tiraba la espada sollozando e implorando a los Dioses. El silencio se hizo en las gradas y las miradas se centraron en el rey, que como todos los días, presenciaba el espectáculo desde la grada de cortinas rojas.
El mismo Tánathor, le quito a uno de sus soldados la ballesta y sin levantarse de su trono, mató al soldado que de rodillas, caía al suelo con una flecha entre ceja y ceja.
La batalla había acabado. El pueblo fue alzando el murmullo hasta hacer rosonar los nombres de los dos muchachos que se encontraban en mitad de la arena. Yaitbe miraba a herida del cuello  de su compañero, que no era profunda, pero podía infectarse.
Mientras, en las gradas del rey:
-          Mi señor… ¿no le convendría tener en sus tropas a Soreh y al ladrón, al igual que a sus otros compañeros, ese elfo y la bestia?
-          Soreh no será perdonado. No mientras no cambia de opinión sobre el Nuevo Dios y su… gusto por los soldados y no por las criadas. La bestia debe morir antes de mañana o el próximo día por la mañana, pero bajo ningún concepto debe llegar a la noche. Y, ¿quién echará de menos a un ladrón y un príncipe destronado?
-          Tiene razón mi señor, pero luchan bien y- el consejero del rey enmudeció.
-          ¿Acaso quieres contradecirme Moirion?
-          No mi señor, siempre le seré fiel a vos y al Nuevo Dios.
-          Eso pensaba. Y ahora… si no te importa. Tú, baja a curar a los heridos, y alarga sus penosas existencias- El rey hablaba a la joven Alquimista capturada y que ejercía de curandera a los condenados, ya que sus conocimientos sobre pócimas y hierbas le venían muy bien a Tánathor como para dejarlos morir en la arena o en una cámara de tortura.
-          Si- contestó cortante la muchacha.
-          ¿Sí?, Si ¿qué?- pregunto el rey enarcando una ceja.
-          Si mi señor- respondió Itzel dejando las gradas y caminando hacia los sótanos.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Pergamino 2: La muerte de un inmortal.

El cuerpo le ardía como si estuviese en pleno desierto. Gotas de sudor resbalaban desde la frente tumbada hasta las finas orejas y algo le impedía abrir los ojos.

Como por arte de magia, se encontraba de nuevo en Linovi. El bosque fresco y lleno de sombras donde descansar. El aroma a flores y hierba le hizo recordar antiguos tiempo, cuando corría entre los grandes árboles con Lía y daban de comer a los ciervos y las águilas. El rio Airon descendía atravesando  La sonrisa de Nadser bañando la rivera con abundante vegetación, siempre verde, siempre fresca.Un rio que aportaba vida a su pueblo y llenaba de sabiduría a sus habitantes, convirtiéndolos en seres magníficos y sabios, llegando a encontrar así la eterna juventud.


El bosque cambió y ahora se encontraba dentro de un hogar que recordaba. Los amplios pasillos marfiles se extendían a sus pies y las paredes altas y azuladas ofrecían ventanas por encima de algunos árboles, pudiendo contemplarse así con los agudos ojos de elfo Zelion, en todo su esplendor.Un llanto rompió el silencio del Palacio de Linovi, y el cuerpo de Kraad se estremeció al recordar.De la gran puerta del final, una elfa bella con el rostro bañado en dolor, corría hacia Kraad y cuando estuvo a su altura, pasó de largo.
- Madre…


Se volvía para comprobar que la elfa, de cabellos negros como la noche, y de piel del color del nenúfar blanco, corría hasta llegar a la habitación más alejada, la que estaba al lado del gran ventanal. Su habitación.De él salió un muchacho que conocía muy bien. Elegante, con ropajes purpura de terciopelo y una larga melena suave como la vestimenta que llevaba. Este, corrió hacia la habitación de donde su madre provenía y al entrar, gritó.Más personas fueron llegando al pasillo y de nuevo a Kraad le empezó a subir la temperatura. 

La vista se le difuminó cuando mas elfos empezaron a aparecer en el amplio pasillo y…

Blanco. 

Cientos de personas vestidas de blanco rodeaban el monumento del rey elfo Norim. La tristeza se palpaba en los rostros de niños, adultos y mayores, aunque la edad no era apreciable en dichos rostros. Rostros, que al igual que el de la estatua, permanecían perfectos y cincelados en mármol. Ojos inteligentes y sabios que no daban crédito a la muerte del rey, un rey que había conservado la paz de los bosques y veneraba a los dioses para que protegieran su reinado.
En el centro del círculo, la mujer de cabellos negros y el joven lloraban silenciosamente la pérdida de su marido y padre.La muerte de un ser mágico como un elfo entristecía la tierra, las aguas del rio Airon sonaba triste y las nubes cubrían el cielo para traer las lagrimas de los dioses. Todos oraban para que el buen rey llegara a Aenast y encontrara allí la paz.
Pero la pregunta que en todas las mentes resonaba era: ¿Cómo?
La única manera de matar a un ser inmortal es volviéndolo mortal, pero volver mortal a un ser hijo de Nadser era una magia negra de tan alto nivel que invocaba al mismo Rasden, Dios de la muerte y los mortales.


El dolor de Kraad se volvió físico y de nuevo, se trasladó. Esta vez, una habitación circular llena de gente que debatían y debatían acaloradamente. La tensión invadía las gradas de madera tallada y en el centro de la sala, el joven elfo cabizbajo.

-Mortal. Es inconcebible, nunca hemos dejado vivir a un mortal en nuestras tierras.
-Pero es mi hijo! Vuestro nuevo rey, no podéis hacer esto- la elfa de cabellos oscuros lucía esta vez un vestido negro y se mostraba dolida y asustada.
-Primero tu marido y ahora el, vuestra sangre ya no es digna de vivir en Linovi.


De un salto, el muchacho elfo se abalanzo sobre quien había pronunciado dichas palabras y cogiéndolo con fuerza del pelo y tirando hacia atrás bajo la mirada de asombre y deprecio de todos, dijo: Cuida tus palabras Faruhel, hijo de Nadser, sigues hablando con tu reina.

-¿Queréis que me valla de Linovi? Pues que así sea. Pero jurad por los dioses que jamás se volverá a manchar el nombre de mi padre. Que mi madre será respetada y que el bosque estará en paz con el nuevo rey.


Todos los elfos se pusieron en pie y se agarraron el antebrazo. Después de cerrar los ojos, empezaron a murmurar y el joven elfo besó a su madre.
- Lucha por la paz de Linovi y por lo que padre creo- susurró a los oídos de la elfa que rompía en dolor.- No llores, encontraré una manera de recuperar lo que me ha sido robado y volveré a ver tu rostro.
Cuando salió de la habitación circular, encontró escuchando tras las puertas a Lía, con su rostro delicado y mojado por lágrimas que iban cayendo como la cera de una vela, lenta y en silencio.


Y corrió. Corrió como si la vida, ahora mortal, le fuera en ello. Atravesó los pasillos de su amado hogar, dejo atrás el olor a flores, abandono los arboles y los animales que dentro se encontraban y cuando llego a los lindes del bosque, bebió por última vez agua de aquel rio que había dado tras siglos la vida a su pueblo.

Kraad, dejó de sentir el ardor, su cuerpo estaba ahora más tranquilo y el dolor había desaparecido.


- Buenos días Kraad, hijo de Norim y Gaoan, príncipe de Linovi- una voz dulce despertó a Kraad y lo primero que sus ojos vieron fueron a una mujer de cabellos castaños y ondulados, y ojos ambarinos que mostraban alegría pero a la vez preocupación.

- ¿Quién eres, y como sabes tanto de mi?
- Has estado días hablando, la fiebre no te ha dejado descansar y la herida supuraba. Gracias a los dioses me mandaron a curarte, si no, no hubieras sobrevivido.
- Gracias… ¿Cuántos días han pasado?
- La luna a salido seis veces y el sol siete
- ¿Qué? ¡Faltan tres días! La luna…
- Tranquilo elfo, tus compañeros están bien, estoy obligada a ir a los combates a merced del rey… la idea oficial es por si alguno sobrevive y lo mandan aquí, pero yo creo que le gusta hacer que vea como muere mi gente.-          El rey… 
Los ojos de Kraad miraron algo que se balanceaba delante de sus ojos mientras la joven le retiraba las vendas de la frente y las volvía a humedecer.
- Tu… te vi en la arena. ¿Por qué portas una piedra solar? ¿Cómo siendo un ser mágico te dejan andar a tus anchas?
- No ando a mis anchas. Me metieron en un carro y me arrastraron hasta aquí, como a ti y a todos. Pero debido a mis conocimientos, creo que les conviene dejarme con vida.
- Aun no me has dicho quien eres.
- Soy Itzel, alquimista del antiguo reino.
- ¿El antiguo reino, aun queda gente allí?
-  No a los ojos de los humanos. ¿Si puedo convertir en oro una roca, por que no hacer ver ruinosas muchas otras?
Kraad había escuchado leyendas del antiguo reino. Un sitio explotado por los humanos y gastado hasta convertirlo en ruina. Toda una ciudadela olvidada y en la sombra donde antaño la gente había vivido en paz durante cientos de años.


- Tengo que volver, ya me encuentro bien…- Kraad se fué a incorporar pero Itzel le retuvo.
-  No hasta que te haya cambiado el vendaje de la espalda. Mis pócimas aceleraron la cicatrización pero aun supura la herida.
- Está bien- el elfo dio la vuelta lentamente en el camastro y por primera vez visualizó donde se encontraba.Una habitación con varias camas igual que donde el estaba tendido alumbradas por una vela. 
El olor fuerte a sangre y hierbas medicinales impregnaba el olfato hasta acostumbrarse al olor y alguien dormía dos camas a la izquierda de la de Kraad. Por su pelo largo y fino contorno, parecía una mujer.Vestia en telas mugrientas como si fuese un saco de harina y no se movía.


- Es una maga. Ahora ni la magia blanca está bien vista desde que el Nuevo Dios a llegado- Itzel, que se dio cuenta de lo que Kraad observaba le fue relatando a el elfo como la muchacha que no superaba los 16 años de edad se había enfrentado a 3 soldados antes de caer rendida con un corte en el muslo. Se mantenía estable a pesar de haber perdido mucha sangre. Itzel y la muchacha se conocían por que habían sido capturadas en el mismo lugar, y entregadas al rey Tánathor para la limpieza de sangre.


- ¿Dónde os capturaron?- pregunto Kraad al notar que la alquimista eludía con rodeos dicho lugar.
- No importa donde fuera, ¿no?. Lo que importa es que esto no puede seguir así. El rey está acabando con Zelion, el mundo que nos dio la vida, el mundo que fue creado por Madre y Padre. Y todo por un nuevo dios al que nadie excepto el propio rey ve. 
- Así que, aun teniendo un lugar privilegiado salvándote de la muerte, quieres huir de Tánathor.
- ¡Por los Arcanos! Claro que quiero irme de aquí. No puedo ver más tiempo morir a mi gente.
La mente de Kraad aun funcionaba como la de un elfo y enseguida ideo un plan.Si Itzel le daba su piedra solar y la maga que dormía en la habitación se curaba y les ayudaba en el hechizo, podían escapar de allí sin ser despedazados por su propio compañero.


La puerta se abrió y entraron dos soldados arrastrando a un niño de unos 7 años de edad, lleno de sangre y polvo y con ropajes parecidos a los de la muchacha maga. Su cabeza hacia atrás mostraba un gran corte en el cuello.
- ¡Oh dios mío!- gimió Itzel. ¿Cómo podéis hacer esto?- El tono de la alquimista se fue elevando hasta acabar en un grito y luego se abalanzo a por el crio que acababan de tirar al suelo, inerte, sin vida.Entre sollozos y bajo la atenta y horrorizada mirada de Kraad, Itzel murmuraba palabras, puede que una oración para que el alma de aquella joven criatura de piel morena, llegara a Aenast.


El elfo ya estaba en pie dispuesto a marcharse y encontrarse con sus compañeros. La imagen del niño en el suelo de la sala le perseguiría mucho tiempo, tal vez para siempre, pero era hora de empezar a pensar por el y sus amigos.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Pergamino 1: Planes.

La ausencia de un mínimo sonido creaba en los oídos un molesto silbido a los ocupantes de la celda 1.
Acostumbrados a la oscuridad, sus ojos podían distinguir a los demás compañeros en aquel habitáculo con el tamaño justo para que durmieran cuatro personas sentadas, y que olía a orín, sudor y sangre.

“¿Cuántas personas más habrían estado bajo esas condiciones, con esos grilletes, en aquella minúscula sala. ¿Cuántas más estarán después de que ellos cuatro perecieran en alguna batalla?”

Las preguntas resonaban en la cabeza de Soreh, un muchacho que al igual que sus compañeros, se jugaba la vida cada día por haber desobedecido al Rey Tánathor o ser diferentes a los ojos del Nuevo Dios. Un dios que acababa de llegar a Zélion, un Dios que quería obediencia y uniformidad humana. Un dios que gobernaba la mente del rey Tánathor y así controlaba la antigua paz del reino de Zélion.


Un grito desgarró el silencio y despertó a Soreh y a sus compañeros. Un grito de mujer proveniente de alguna celda cercana. Una mujer que gritaba clemencia y pedía ayuda a los dioses.
-         Hay va otra…- la voz de Kraad hizo que todos le miraran.
Yaitbe se levantó y sacó un pequeño trozo de espejo roto por las rejillas de la puerta de acero. La imagen de una mujer humana agarrada a la puerta de la celda que ahora sería su nuevo hogar era horrible, mientras que los soldados del rey la empujaban.
-          ¡Cállate bruja!- grito un soldado, y mientras lo decía, golpeo con una patada fuertemente la espalda de la mujer, que cayó de bruces dentro de la celda.
Cuando los guardias se fueron, solo los sollozos de la joven se escuchaban recorriendo las piedras del calabozo.

El primer rallo de sol entró entre los barrotes de la una pequeña abertura redondeada que tenían para respirar y la voz grave de Wellfro sonó grave rompiendo la lastima creada por la mujer que cada vez sollozaba mas bajo.
-          Ya es de día, y con este van cinco. Seguimos vivos. ¿Qué nos depararán hoy los Dioses, bestias o soldados?
-          Los Dioses… ¿Sigues creyendo en los arcanos, es por eso por que estas aquí?- Yaitbe miro a su alto y fuerte compañero. Alguna vez pelearon juntos por sobrevivir, y vio la rabia de estar encerrado en sus ojos.
-          No. Aunque si seguimos vivos de aquí a 15 días, no te hará falta preguntar.
Kraad levantó la cabeza rápidamente y sus orejas finas y alargadas sobresalieron entre el largo y sucio pelo.
-          Luna llena…- murmuró.
-          ¿Qué? Perfecto, justo lo que necesitábamos, un licántropo que nos despedazará a todos. Matamos para sobrevivir y nos encierran con una bestia que explotara de un momento a otro.- Yaitbe no daba crédito a lo que estaba pasando. El compañero con el que había peleado, el que en más de una ocasión le había salvado en la arena, era una bestia.
-          Cuida tu lengua ladrón. Yo no elegí serlo al contrario que tú. Además, para que te despedace tienes que levantar la espada quince días más… y con tus brazos, dudo mucho que puedas.

Yaitbe dio un salto y como si de magia se tratase, estaba detrás de Wellfro empuñando el trozo de espejo, ahora puesto en el cuello del licántropo.

-          ¿Qué pasa si acabamos con el problema  en tu forma humana, muerto el perro, se acabó la rabia, no?
-          Que estarás acabando con la única posibilidad de que tus ojo vuelvan a ver el rio Airon- Kraad hablo por encima de la tensión creada y todos se volvieron hacia el.

Yaitbe retiró el cristal.
-          Si aguantamos quince días mas, en lucha nocturna podremos darle al rey un gran espectáculo. Supongo que no pensó que sobrevivirías tanto tiempo y ya ni se acordará que tiene a un licántropo en sus mazmorras. Cuando salgamos a luchar, podríamos utilizar tu fuerza para acabar con los guardias de la gran puerta y derribarla ante los ojos de todos. Antes de que reaccionen a lo que ven, estaremos fuera y huiremos hacia el Dedo de Nadser.
-          Tu mente de elfo sigue siendo gran estratega, pero… que hay de mi pequeño descontrol por morder gargantas ajenas. Podría haceros daño a vosotros.
-          No si tenemos Cristal Solar. Esa piedra nos puede camuflar el alma para los seres nocturnos- respondió rápidamente el elfo.
-          Tu eres un ser mágico, sabio… podrías hacer algo para…- Soreh veía la dificultad de conseguir esas piedras e intentó buscar una solución.
-          Se te olvida que ya no soy lo que dices muchacho. Ahora soy mortal igual que todos vosotros.
-          ¡Un momento! Cuando me capturaron, en el carro venían dos mujeres. Una de ellas era maga, tal vez ella…- Yaitbe volvió a su sitio y rápidamente olvido el enfado con Wellfro.
-          ¿Bien, como contactamos con ella?- preguntó Soreh.
La respuesta tardaría mas en llegar. Alertados por un sonido metalico y chirriante, sabían que es lo que tenían que hacer.
Era hora de prepararse para el combate.



Pasaron horas bajo la arena, las galerías que olían igual que la celda y estaba repleta de gente nerviosa, mujeres, niños, ancianos y hombres asustados.

Era un exterminio.

Ver a aquella gente sollozar, que salían de dos en dos a la luz y no volvían a sus celdas. Golpes sobre las cabezas de los asustados niños que hacían que se colase arena y gotease un liquido espeso entre las tablas. Sonidos infernales de gente gritando, alaridos, gruñidos de bestias y el miedo en el ambiente.
Llegó el momento.

La puerta se abrió una vez más y Kraad y Wellfro salieron a pelear juntos. Con los pies atados, y con una espada de acero mal fundido, se enfrentaría a un día más en el infierno de Tánathor.
Cuando salieron al centro de la arena, ya estaba atardeciendo. Las gradas ahora mas llenas que para los espectáculos diurnos alabó el combate del elfo y la bestia, pues en solo 5 días, se habían ganado el reconocimiento del pueblo al vencer una y otra vez a animales, otros presos y soldados.

Las puerta lejanas se abrieron y por ellas aparecieron 10 hombres en grupos de cinco. Cuando el pueblo calló, todos miraban la grada privada, adornada con narcisos y telas azules, y la presencia del rey, con su mirada severa y fría, dio comienzo al espectáculo.
Los contrincantes se dividieron formando un círculo alrededor de los condenados, que espalda contra espalda, formaban guardia.
El rey había dado la orden de que hoy, el licántropo no saliera con vida, ya era bastantes 5 días desde el encierro. Esto sería recompensado con la libertad, aunque sabían que el  rey no cumpliría su palabra, la idea les daba fuerza para luchar. Empleados a fondo para cumplir la misión y así podre alcanzar la falsa libertad, embistieron al dúo y cargaron con espadas en alto.

Kraad, mucho más rápido que Wellfro, saltó con los pies atados y con las cadenas golpeó el cuello de uno de sus contrincantes, rompiendo la formación circular. Ahora, tendrían los enemigos divididos y clavándole la espada en el estomago, dio un giro para golpear a los soldados de atrás. Mientras Wellfro, se agachaba esquivando una estocada y cortaba con su arma por debajo de las rodillas de varios soldados en un ataque circular. El grito de los hombres avivó las gradas y la adrenalina de ambos se disparo, cortado a diestro y siniestro el aire y esquivando espadas y lanzas. Kraad, arrebato un escudo a uno de los guerreros y lo golpeo en la cara haciendo que cayera hacia atrás. No había luna llena, pero la rabia, la noche y el frenesí hacia que Wellfro cortara a destajo todo lo que sus ojos cada vez mas amarillos veían por delante. Un hombre alto vestido en harapos y con una daga, creyó pillar desprevenido al licántropo y se abalanzo a su espalda para cortarle la garganta, pero éste saltó y se poso fuertemente en los hombres del enemigo. Con un giro de piernas, la cabeza de este quedó en una posición imposible y este cayó desplomado al suelo.
Solo quedaba uno, y Kraad se encargaba de el. Con un rápido movimiento, empujó al hombre hacia las tablas y apunto con su espada al cuello.


El público enloqueció mientras el guerrero imploraba clemencia. Kraad, valoraba la vida de los seres de la tierra, el no había sido educado en la barbarie ni la sangre derramada, pero eso era antes… cuando su padre vivía y los bosques de Linovi eran su hogar.
Soltó al asustado humano y miro a las gradas, que cayó de inmediato.
Un sonido le aviso de algo y su espalda se doblo hacia atrás, profiriendo un fuerte grito a la oscuridad del cielo.
El, a quien había perdonado la vida, le había atacado cobardemente por la espalda, y le hirió desde un hombro hasta la  cadera.
Wellfro, que vio lo ocurrido sin poder llegar a tiempo, salto hacia su amigo quien había tirado su espada por el dolor, y con las dos armas, se abalanzó al enemigo y lo degolló.
El público volvió a vociferar el nombre de Wellfro, y Kraad cayó el suelo derrumbado. 

Cuando fue levantado por su compañero, miro hacia las gradas del rey, y lo único que vislumbró fue la figura de una joven que le miraba y en su cuello brillaba una piedra de color amarillo.

Pergamino 0: Zélion.

 Ellos son la vida y la muerte.
El principio y el fin.
Ellos son la noche y el día.
El bien y el mal.
Ellos son el miedo y el valor, la sabiduría y la estupidez.
El fuego, el hielo, el agua y las tierra.
Ellos son la sangre derramada, las almas congeladas.
El sol, la luna, montañas y ríos.
Ellos son Zélion.